Viendo los carros circulando junto al colectivo en el que estaba, me puse a pensar en lo diferentes que son nuestras vidas, cada persona es un mundo y enfrenta los problemas de una manera distinta. Nadie sabe lo que el otro está pensando si es que no se lo preguntan y aún así se arriesgan a que no sean honestos.
Me llamó la atención una señora que subió junto a un niño de aproximadamente 6 años de edad, el infante estaba comiendo un vaso de gelatina y se sentó encima de una especie de caja de herramientas que estaba frente a mí, mientras que su madre ocupaba un lugar vacío que estaba junto a mí; en verdad no había visto a un niño tan tranquilo en un autobús. Minutos más tarde casi a rastras una señora intentaba subir a un niño al colectivo, me llamó la atención porque (el niño) estaba llorando y haciendo mucho ruido e incluso se sentó muy cerca de la puerta del vehículo continuando así con su berrinche. Luego de que un hombre, muy caballeroso, le ofreció el asiento a la señora, esta intentó agarrar a su hijo para que se sentara con ella, este, en cambio se rehusó, y siguió sentado en esa parte del carro donde corría mucho peligro, pero, el autobús frenó muy fuerte y el niño estuvo a punto de caerse del medio de transporte, entonces, la señora junto a mí logró sujetarlo por el brazo y lo haló hacia donde ella estaba sentada, en ese momento el infante dejó de llorar. Minutos después la criatura “berrinchuda” se había sentado junto al niño tranquilo y estaba disfrutando un sabroso caramelo. Me llamó mucho la atención estos dos niños, estos dos mundos, eran totalmente diferentes y, sin embargo, estaban allí, sentados uno al lado del otro, el niño tranquilo tenía el cabello negro, piel mestiza, ojos oscuros, cabello lacio, mientras que el otro era pelirrojo, cabello castaño claro, piel y ojos claros. Estaban allí, sentados, entablando una conversación que no me atrevía a escuchar, pero los miraba y me parecía increíble que entablaran una amistad, en sus ojos no había malicia ni rencor, solo encontré esa ternura que los caracteriza, esa inocencia, que se pierde en los adultos con el pasar de los años.
¿Por qué no somos como ellos?, ¿Por qué cuando somos pequeños estamos desesperados en crecer?, ¿Por qué perdemos esa inocencia que caracteriza a los niños?, ¿Por qué dejamos de creer?
A veces, cuando la vida nos golpea estamos obligados a madurar, a ver el mundo con otros ojos, y nos olvidamos de las cosas más importantes: Creer en lo demás y tener fe.
Alguien en algún momento dijo que cualquier cosa es posible, seguro tenía hijos o al menos mantenía la fe, y eso es lo importante.
“Si en algún momento sentimos que hemos perdido nuestro camino, observemos el comportamiento de un niño, y seguro encontraremos el camino de regreso”
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